domingo, 26 de julio de 2009

"Un pintor de mi invención."











Afincada la familia de Goya en la capital zaragozana, entró el joven Francisco a aprender el oficio de pintor en el taller del rutinario José Luzán, donde estubo cuatro años copiando estampas hasta que se decidió establecerse por su cuenta y, según escribió más tarde él mismo, "pintar de mi invención." A medida que fueron transcurriendo los años de su longeva vida, este "pintar de mi invención" se hizo más verdadero y más acentuado, pues sin desatender los bien remunerados encargos que le permitieron una existencia desahogada, Goya dibujó e hizo imprimir series de imágenes insólitas y caprichosas, cuyo sentido último, a menudo ambiguo, corresponde a una fantasía personalísima y a un compromiso ideológico, afín a los principios de la Ilustración, que fueron motores de una incansable sátira de las costumbres de su tiempo.
Pero todavía antes de su viaje a Italia en 1771 su arte es balbuciente y tan poco académico que no obtiene ningún respaldo ni éxito alguno; incluso fracasó estrepitosamente en los dos concursos convocados por la Academia de San Fernando en 1763 y 1769. Las composiciones de sus pinturas se inspiraban, a través de los grabados que tenía a su alcance, en viejos maestros como Vouet, Maratta o Correggio, pero a su vuelta de Roma, escala obligada para el aprendizaje de todo artista, sufrirá una interesántisima evolución ya presente en el fresco del Pilar de Zaragoza titulado "La gloria del nombre de Dios."
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